lunes, 6 de diciembre de 2010

Egipcios sin maestría enóloga pero con profuso gusto por el caldo de la vid.

1922 fue un fecha clave para el entendimiento de la gran civilización del Norte de África, potencia militar, agrícola, cultural, astrológica, literaria y arquitectónica entre otras muchas cosas. Creadora de las magníficas pirámides de Guiza y las imponentes y menos conocidas de Saqqara, Dahshur o Abusir y, por cierto, sin un solo esclavo. El Antiguo Egipto perduró durante 3.000 años.
1922 fue el año en el que el célebre egiptólogo Howard Carter encontró, en una de sus muchas pesquisas en el Valle de los Reyes, la tumba del Emperador Tutankamon (o Tutanjamon, según la transcripción) que imperó hasta su muerte en el 1.325 a.C.  Llamó la atención la tumba de aquél poco extraordinario Faraón, por su excelente conservación, aunque último de sangre noble antes de traspasar su poder a los religiosos seguidores de Amón.
En su sarcófago, en su tumba, se encontraron entre tesoros que rodeaban la momia dorada, diversas jarras de vino para acompañar su espíritu en la travesía a lo largo de su muerte.
Se encontraron treinta y seis ánforas de vino de la cuales veintitrés se habían etiquetado, de estas, siete tenían el sello de ser Patrimonio Personal del Rey y dieciséis plasmaban el nombre de la Casa Real del Dios Atón y en ambos casos declaraban tener una "denominación de origen" la "Rivera Occidental", es decir, el brazo oeste del delta del Nilo.
De los veintiséis, veintitrés provenían de tres añadas diferentes el "Año Cuatro", el "Año Cinco" y el "Año Nueve" una de ellas es del "Año Treinta y uno" por tanto no implica años de reinado pues Tutankamon no llegó a tal longevidad de reinado y puede que simplemente indicara la antiguedad de tal vino.
Excepto en las tres de añada más avanzada, en todas aparece el nombre del maestro vinatero, Kha'y parece repuntar y aparece en cuatro de las ánforas y de manera variada pues actúa como vinatero en las propias del Patrimonio Personal del Rey así como de la Casa Real del Dios Atón. Dos de las jarras resultan tener el blasón de vinos de muy buena calidad y cuatro de ellos reclaman ser "dulces". En resumen, si hubieran especificado la uva o cepa, ¿alguien encontraría la diferencia con el etiquetaje en, por ejemplo, California?.
Una cosa es cierta y es que en el llamado Antiguo Egipto, el vino formaba parte del caudal cotidiano de la cultura, al menos, real. Tebas "la ciudad de la cien puertas" según descrita por Homero, rezumaba de forma exagerada de tapices e imágenes de uvas, viñedos, viñas, vendimias y recolectas en una ciudad plagada de arquitectura funeraria dedicada a faraones, reyes y nobles en la preparación al viaje que debían emprender con Anubis.
Incluso se tiene constancia de seis denominaciones diferentes para los vinos siendo una de ellas el "Vino de Asia" probablemente procedente de las ciudades de Byblos y Canaan (podemos recodar el pasaje bíblico de la bodas de Canaan) en el Líbano que acompañaba la importación de la madera de cedro que aun hoy es símbolo de la moderna bandera de dicho País.
Es decir, nos enfrentamos a una civilización que no produjo vino de forma abundante hasta que en el año 300 a.C, la influencia cultural de Tolomeo provocó su plantación en las cenagosas tierras del Alto Egipto, sin embargo, rededor al 1.550 a.C. existían seis denominaciones de origen, se importaba de Asia, se etiquetaba el contenido de las ánforas declarando; propietario, calidad, cualidades gustativas, añada y maestro vinatero.
Aunque resulta prometedor y tanto esmero pudiera significar una alta calidad del vino, podemos pensar según las diversas investigaciones que se han hecho y recreaciones que aquel vino era de una nefasta calidad y que en la actualidad acompañarían una mala ensalada mucho antes que un jugoso pescado.
En la Georgia contemporánea a aquel Egipto, los Kwevri, una vez fermentado el vino se depositaban bajo tierra para bajar la temperatura y evitar su conversión en vinagre durante el proceso de maceración, esta técnica era desconocida por los egipcios y aunque fueron audaces a la hora de ingeniar sistemas para pisar las vides mediante barandas sostenidas en los amplios recipientes para el prensado que aupaban el trabajo de los vendimiadores fueron poco ávidos a la hora de menguar el calor que sufría el mosto en la maceración. El agua cenagosa del delta del Nilo tampoco promete una cierta concentración de sabor y parece ser que no mejoraron en exceso el proceso por el que el Rey persa Jamsheed obtuvo su primera barrica de vino.
En cualquier caso, una reflexión debemos mantener, actualmente, en 2010, solo un productor de vino existe en Egipto, por supuesto, miembro de la minoría Copta y la cata de este vino nos dice que es realmente un protovino más que un vino y que ni las lubinas salvajes que se pueden degustar frente al Mar Mediterráneo en la ciudad de Alejandría mejoran un maridaje que, incluso solo, acaba en divorcio seguro.
Quizás la conclusión es que los egipcios antiguos y los modernos se felicitan por su cultura enóloga pero Egipto parece que nunca será tierra de buenos vinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario